El rey ausente

AÑO tras año voy a Marruecos al llegar el mes de junio. No es un viaje en el sentido estricto, pues la itinerancia queda relegada a segundo plano. El destino es lo que importa. Me traslado de lugar, sustituyo las encinas por los pinos, el ruido de la autopista por los cantos del almuédano, el olor a polvo por las vistas al mar. Nada del otro mundo, pero a mí me reconforta. Mientras otros necesitan ocho horas de vuelo transatlántico para encontrar otra vida, a mí me basta con poner un pie en el otro lado del estrecho. Cambia la música del telediario.

Durante algunos años, mi presencia en Tánger coincidía con la de Mohamed VI, que llegaba para disfrutar de sus vacaciones. Cuando el monarca alauí se fijó en Tanger, la fisonomía de la ciudad mejoró. Con su elección, el rey compensaba la larga ausencia de Hassan II, que nunca disimuló su desdén por las ciudades del norte, políticamente desafectas.

Pero el tiempo ha transcurrido y Mohamed VI también se ha cansado de Tánger. Ahora veranea en Mdiac, cerca de Tetuán, donde posee una residencia con categoría de palacio. Al amparo del veraneo real crecen las urbanizaciones y los negocios de lujo. La corte tiene gustos miméticos y los cambia al ritmo que el rey se cansa.

El pasado mes de mayo Mohamed VI desapareció de Marruecos. Cuatro o cinco semanas, dicen. La falta de información favorece las especulaciones, y en este caso, una de las versiones era que el Rey viajó a Francia para tratarse una enfermedad. Cierto es que en las últimas fotos, Mohamed VI aparece con el rostro embotado, pero la opinión generalizada es que el principal motivo de los viajes del monarca son sus negocios. Mohamed VI tiene dos bancos recién fusionados y ahora está vendiendo sus empresas agroalimentarias para invertir en energía renovable.

Las expectativas que suscitó el rey a la muerte de su padre todavía no se han despejado. La nueva Constitución contempla algunas novedades, como que la figura del monarca ya no es sagrada, pero la mayoría de los cambios están en dique seco a la espera de que se desarrollen las leyes.

Las monarquías son una cosa estrafalaria que suscita una extraña devoción. En Marruecos nadie comprende que el Rey de España pidiera perdón tras el asunto de Botsuana. Por suerte, hay reyes y reyes.